El Fin del Derecho como Negociación y el Auge del Autoritarismo

A lo largo de la historia, las conquistas sociales se han presentado como logros impulsados por los sectores oprimidos. Sin embargo, desde una perspectiva crítica, se puede sostener que en muchos casos fueron concesiones estratégicas de la clase dominante, otorgadas para evitar revueltas y mantener el orden. Estas concesiones respondían a dos presiones principales:

  1. La amenaza de revueltas populares, dado que los sectores oprimidos siempre han sido numéricamente superiores.
  2. La necesidad de la fuerza laboral humana para generar riqueza, lo que obligaba a la élite a ofrecer condiciones mínimas con el fin de prevenir el colapso del sistema productivo.

No obstante, esta visión no excluye la posibilidad de que el derecho pueda cumplir otros fines o que haya sido, en ciertos contextos, un espacio de disputa donde grupos sociales lograron avances legítimos. Lo que se enfatiza aquí es que, con el tiempo, aquellas presiones que forzaban a la élite a ceder han disminuido drásticamente. La automatización reduce la dependencia del trabajo manual y la tecnología facilita el control social, fragmentando los movimientos de resistencia.

Como consecuencia, los sectores dominantes ya no necesitan negociar derechos con la población y pueden utilizar el derecho como un instrumento más directo de control, antes que un espacio de equilibrio social. Paralelamente, el auge de discursos ultraderechistas que promueven la eliminación del Estado y la desregulación total refuerza este proceso: lejos de desafiar al establishment, estos planteos suelen beneficiar a quienes poseen el poder económico, al desmantelar regulaciones que protegían mínimamente a las clases trabajadoras.

En este nuevo contexto, el derecho no desaparece, sino que cambia de función. Deja de operar principalmente como un mecanismo de concesiones para la estabilidad social y pasa a legitimar el poder de la élite, reforzando la propiedad privada, criminalizando la protesta y controlando la disidencia. Leyes punitivas, límites a los derechos laborales y restricciones a la protesta se convierten en ejemplos de la reorientación jurídica hacia la consolidación de un orden desigual.

Finalmente, la idea de que el Estado y sus instituciones equilibraban la balanza de poder se desvanece ante modelos que priorizan la desregulación y la concentración de recursos en pocas manos. La élite ha aprendido a administrar la pobreza y la exclusión de manera progresiva, evitando que las clases subordinadas se unan en una resistencia estructural. Aunque la desigualdad extrema podría provocar inestabilidad, nuevas formas de control (represión digital, vigilancia masiva, manipulación mediática) permiten mantener el orden sin ofrecer concesiones significativas.

Marco Teórico

Para entender este proceso, podemos remitirnos a:

  • Pierre Bourdieu, quien analizó cómo el derecho opera como un dispositivo que legitima y reproduce las relaciones de poder en la sociedad.
  • Michel Foucault, quien describió cómo el poder actúa no solo de manera represiva, sino mediante mecanismos sutiles que configuran el comportamiento y la percepción social.
  • Max Weber, quien explicó que la autoridad se legitima a través de marcos legales y estructuras burocráticas que consolidan el dominio de ciertos grupos.
  • Antonio Gramsci, quien planteó que el control de las élites no se basa solo en la coerción, sino en la hegemonía cultural que les permite obtener el consentimiento pasivo de las masas.

Así, aunque el derecho sea descrito oficialmente como un sistema de normas que busca la justicia y el bien común, en la práctica puede reflejar relaciones de poder. Incluso los avances laborales durante la Revolución Industrial sirvieron tanto para proteger a los trabajadores como para disciplinar y asegurar su productividad para el beneficio económico de las élites.

De las Concesiones a la Consolidación Autoritaria

  1. Automatización y Reducción de la Dependencia Laboral
    La robotización y la inteligencia artificial sustituyen a los trabajadores en tareas esenciales, disminuyendo la presión que el factor humano puede ejercer. La capacidad de huelga o de generar descontento laboral pierde efectividad cuando la producción se sostiene con poca intervención humana.
  2. Manipulación de Masas y Control Social
    El uso de redes sociales, algoritmos y vigilancia masiva permite influir en la opinión pública y dispersar los movimientos de resistencia. Aunque persisten protestas y activismo, se hallan fragmentados en luchas aisladas que no cuestionan la estructura de poder de forma global.
  3. Ascenso de Discursos Ultraderechistas
    Líderes como Milei y otros exponentes de la ultraderecha promueven la eliminación del Estado y el desmantelamiento de la protección social. Si bien se presentan como antiestablishment, sus propuestas terminan favoreciendo a las élites económicas al debilitar marcos regulatorios y derechos laborales.
  4. Reorientación del Derecho
    En lugar de ser un espacio de disputa donde las clases subordinadas podían conseguir mejoras, el derecho se convierte en una herramienta de legitimación y represión. Se refuerzan los derechos de propiedad y de inversión, mientras leyes más duras contra la protesta y definiciones ambiguas de delitos permiten perseguir la disidencia.

Conclusión

Esta visión propone que, ante la disminución de la presión popular —por la automatización y los mecanismos de control—, la élite ya no está obligada a otorgar tantas concesiones para sostener el orden. El derecho no se anula, sino que evoluciona hacia un rol más explícito de legitimación del poder, priorizando la protección de capitales y la represión selectiva de la disidencia.

Lejos de oponerse a este orden, los discursos ultraderechistas que promueven la desregulación y el debilitamiento del Estado favorecen una concentración de poder mayor. Inevitablemente, las masas que apoyan estas posturas acaban perjudicadas ante la falta de regulaciones y la pérdida de derechos sociales.

Así, se plantea el fin del derecho como principal escenario de concesión social y el surgimiento de un autoritarismo —a veces disimulado, otras veces abierto— que consolida la desigualdad y la dominación. Con menos dependencia del factor humano y mayor control sobre la sociedad, la élite se percibe legitimada para imponer un orden donde la resistencia se vuelve más difícil de articular de forma efectiva.

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